Comentarios al Evangelio de D. Manuel Pozo
Adviento 2024
Domingo I de Adviento
Vigilia Esperanzada
La Iglesia presenta a la comunidad de seguidores de Jesús la propuesta de intensificar en el tiempo litúrgico de Adviento la vida espiritual como preparación al misterio de la Natividad de nuestro Señor.
Para comprender este texto difícil y enigmático que la liturgia nos presenta en el Domingo I de Adviento del recién estrenado Ciclo litúrgico C invito a mis lectores a recordar la contemplación de la Encarnación que propone san Ignacio en sus Ejercicios Espirituales para el Primer Domingo donde exhorta al ejercitante «a contemplar el ancho mundo nuestro, con sus luces y sombras, sus anhelos y desesperanzas, sus zonas de vida y sombras de muerte con el convencimiento de que este mundo concreto que nos ha tocado vivir necesita “redención/liberación” y, en consecuencia, necesita la llegada del salvador/libertador».
En nuestro mundo, igual que el mundo de ayer y siempre, hay mucha “gente angustiada”, porque para ellos la vida no es disfrute, sino carga pesada, porque la esperanza está herida. Muchos, y las razones son diversas, han perdido el sentido de la vida y en su horizonte solo divisan un muro infranqueable. Bien vale al comienzo de este tiempo litúrgico hacer un chequeo de nuestra esperanza para constatar en quién o en qué se fundamenta nuestra vida y nuestra acción.
El texto evangélico de este I Domingo de Adviento, tomado del evangelio de san Lucas 21,25-28.34-36, recoge dos fragmentos del discurso escatológico donde se muestra, como es propio de estos textos, la preocupación por el destino final de la humanidad y del universo. Hagamos el esfuerzo de situarnos en el espacio y el tiempo para acercarnos a la verdad del relato en un contexto de destrucción de Jerusalén con la toma y saqueo de su templo por las legiones romanas al mando de Tito. Este acontecimiento terrible para el pueblo judío es, para el parecer de san Lucas, un signo de la ruina final y universal, ya profetizada por Jesús. El pueblo de Israel, que vine y sufre estos acontecimientos, no se da por vencido ante las dificultades, sino que en sus muchas desgracias añora y sueña con la llegada del Mesías libertador tal y como la tradición anunciaba “en gloria y majestad”.
San Lucas, que es de la segunda generación de cristianos, y ha visto correr el tiempo sin la llegada del esperado mesías/libertador, intenta trasmitir a sus lectores que entre el tiempo de la ruina de Jerusalén y el juicio final no hay fecha de recapitulación final. En consecuencia, aquí y ahora, es el momento de la esperanza. No es tiempo de lamentos, sino de testimonios.
Para el discípulo de Cristo la esperanza es Jesús. Él nos invita a trabajar con alegría y confianza en la construcción del reinado de Dios, aquí y ahora, mientras esperamos el encuentro definitivo con Dios. Nada de caras tristes ante los acontecimientos de la vida porque son signos y llamadas para abrir los ojos y confiar en quién no nos abandona: “cuando empiece a suceder esto, levantaos, alzad la cabeza; se acerca vuestra liberación” (v. 28). Mientras llega el libertador el discípulo de Jesús está llamado a recorrer con confianza, gozo y alegría el tiempo de la historia. Allí donde parezca que humanamente acaba todo … podemos afirmar que todo empieza.
Nos queda la pregunta, ¿qué hacer ante tanto desastre, tanta violencia, tanto desamor? El evangelista, con un sentido muy práctico, nos invitar a ejercitar la virtud de la vigilancia, a abrir los ojos para mirar la realidad (vv. 29-38). Las palabras de Jesús culminan a modo de advertencia: “estad siempre despiertos, pidiendo fuerza para escapar de todo lo que está por venir, y manteneos en pie ante el Hijo del Hombre” (vv. 29-33).
Evocando a san Carlos de Foucauld, en su memoria litúrgica eclipsada por la liturgía dominical, pedimos a Dios los dones de la vigilancia y la confianza : «Tú no nos dejarás en la oscuridad cuando necesitamos de la luz. Podremos estar en la oscuridad, a veces por largo tiempo y en forma dolorosa, pero en esa situación es cuando Tú nos vas conduciendo de la mano, sin que nos demos cuenta y cuando realmente necesitemos de la luz la tendremos. Será como un relámpago en medio de la noche que nos permite entrever como vas conduciendo la historia».
Manuel Pozo Oller
Solemnidad de la Inmaculada Concepción
María de Adviento
La Conferencia episcopal española ha dado a conocer la nota que trascribo sobre el modo de celebrar este domingo II de adviento y que afecta a la solemnidad de la Inmaculada Concepción: «La Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, atendiendo una solicitud de la Conferencia episcopal española, ha dispensado de la observancia de las normas litúrgicas que imponen el traslado de la solemnidad de la Inmaculada Concepción al lunes siguiente, por lo que en España se celebra este domingo dicha solemnidad. Para ello, y con el fin de no perder el sentido del domingo II de adviento, debe observarse lo siguiente: la segunda lectura de la Misa debe ser la del segundo domingo de adviento; en la homilía debe hacerse mención del adviento; en la oración universal se debe hacer, al menos, una petición con el sentido del adviento, y concluir con la oración colecta del domingo II de adviento». En consecuencia, a tenor de esta disposición, nos hallamos en este domingo ante una celebración extraordinaria que incluye en el II domingo de adviento la solemnidad de la Inmaculada Concepción y, como queda dicho más arriba, la proclamación del evangelio será el pasaje de la Anunciación (Lc 1, 26-38). El texto tan conocido y meditado me permite ofrecerte una pequeña reflexión sobre María y su título hermoso de Inmaculada Concepción. En España esta solemnidad se celebra desde 1644.
Acercarse a la biografía de María de Nazaret se hace difícil principalmente por las escasas referencias que de ella encontramos en los Evangelios. No obstante, de la Sagrada Escritura y la Tradición, deducimos, sin temor a equivocarnos, la grandeza incomparable de una mujer de un pueblo perdido y sin constancia en los mapas de la época, de familia creyente sin igual, a quien no todo le vino resuelto ni se libró de la lucha por la vida y el sufrimiento por el hecho de haber sido elegida y preservada de todo pecado por Dios para que su seno fuera cuna del Salvador. El “hágase” pronunciado al ángel no es una respuesta idealista propia de una adolescente enfervorizada, sino una respuesta consciente de una chica creyente.
En el relato de este domingo se presenta a María de Nazaret como esclava del Señor porque actúa conforme a la palabra de Dios (1,38). Pasado el tiempo Jesús la alabará poniéndola como ejemplo sublime porque sabe escuchar, -“oye la palabra”- y servir -“la pone por obra”- (Lc 8,21;11,28) de tal modo que es bienaventurada, más que por el hecho biológico de ser madre del Señor, por ser la mujer de fe que acepta confiadamente la palabra, cuyo contenido concreto es encarnar la Palabra, llevarla en su seno, darla a luz y poner en la vida de Jesús ese aspecto femenino y maternal tal necesario en nuestras vidas. En nuestra oración del Angelus se recuerda el misterio de la encarnación en tres frases dialogadas: la primera recuerda la anunciación del ángel, la segunda la respuesta de María, la tercera la consecuencia: El Verbo se hizo carne.
El “sí” firme y confiado de María a la voluntad de Dios no hace percibir que Ella es una criatura especial, diferente, hecha de otra pasta distinta a la nuestra, como le llama la tradición con palabras acertadas, la “concebida sin pecado original. Además, “la llena de gracia” es también la llena de virtudes. María, agraciada por Dios, es plenamente humana, plenamente mujer, plenamente cotidiana. En esta cotidianidad Dios sale a su encuentro en un lugar sin nombre como lo era la pequeña aldea de Nazaret.
María convierte cada instante en un lugar privilegiado de encuentro con Dios. Esa es la fuente de la verdadera alegría. La fidelidad en los pasos pequeños y constantes del andar cotidiano cristaliza en su “Si” absoluto que exige una contundencia valiente y generosa. Como escribe Leonardo Boff: «Ella es una humilde, pobre y anónima aldeana, pero en Ella también se encuentra el puño de convergencia de los impulsos vitales femeninos (…) como madre, esposa, hermana y amiga». Todas estas dimensiones incuestionablemente femeninas y cotidianas constituyen el marco perfecto para que María, sin dejar de ser plenamente mujer, sea una colaboradora excepcional y directa con el plan salvífico de Dios y, al tiempo, cimiento de la Iglesia naciente en Pentecostés.
En esta solemnidad me emociona el poema de Gerardo Diego a la Virgen Inmaculada del que extraigo el verso: «El Padre y el Espíritu te eligen / Purísima Excepción – ¡salve! – de Eva».
Manuel Pozo Oller
Domingo III de Adviento
Alegre espera
La liturgia del III domingo de adviento (domingo Gaudete, de la alegría) nos invita a alegrarnos por la cercanía del cumpleaños del nacimiento de nuestro Señor. No se contradicen alegría y tiempo de preparación en adviento. Al contrario, cuanto más nos acercamos al misterio del Dios en Belén, nuestras almas se serenan y en ellas brota espontáneamente la verdadera alegría de la que definirá santo Tomás de Aquino “como acto interno de la caridad” que suscita «el más perfecto reposo del alma es la posesión del bien más perfecto» (perfecta quies in optimo).
En verdad, no faltan razones para perder la paz y la alegría ni personas que diariamente nos las roben. No vivimos tiempos fáciles, sino más bien tiempos de crispación y desaliento a los que tenemos que hacer frente cotidianamente, pero para luchar contra la adversidad, no es el mejor camino el pesimismo que, en palabras de Miguel Delibes en su primera novela La sombra del ciprés es alargada, «sólo nos deja ver las espinas en los rosales, la muerte en el hombre, la carne en el amor». Si nos alimentados de pesimismo no vivimos la vida, la sufrimos. Todo lo malo de la vida se agiganta para el pesimista y además lo bueno se hace malo precisamente porque de todo escoge su fachada negativa. No seamos cenizos cayendo en el pesimismo sistemático y aprendamos a ver el lado bueno de las cosas.
El tono gris de nuestro mundo no es excusa para perder la alegría y la paz. No hay nada más triste que un mundo y una Iglesia malhumorada. Qué razón tiene el dicho popular “un santo triste es un triste santo”. Pero, en verdad, muchos son los profetas de desesperanzas y hay que luchar contra esa actitud negativa. El redentorista P. Bernhard Häring desarrolla su fantasía cuando dice: «En un gran congreso el demonio supremo habla así a todos su muy amados e igualmente odiados diablos para conseguir la transformación de la Iglesia en un sacramento de pesimismo. Aprended la psicología moderna: ansiedad, angustia, tristeza, es ahora la consigna. Insistid piadosamente en la observancia de todos los mandamientos, salvo los del amor y la misericordia. No toleréis el sentido del humor, porque está vinculado a la humildad y podría resultar fatal. Colocad todos los días en el despacho del Papa una larga relación de acontecimientos sombríos que sirvan de base a su información; haced lo mismo con los obispos, sacerdotes y profesores. Sed intrépidos al combinar los diversos ingredientes piadosos, siempre que incluyáis el elemento básico y potentísimo del maloliente pesimismo» Rebosad en la esperanza (Barcelona 1973) 15-21.
No será poca la conversión en este adviento si apostamos por vivir en paz, sosegado nuestro corazón, fomentando la verdadera alegría y el buen humor como nos invita santo Tomás Moro en su oración tan conocida. No temamos por nuestra debilidad ni nos escudemos en ella para no hacer nada. Consideremos nuestra vida como una oportunidad. El poema/oración de Michel Quoist nos recuerda que valemos mucho ante Dios y nuestra poquedad es necesaria e insustituible: «Si la nota dijese: una nota no hace melodía… No habría sinfonía. Si la palabra dijese: una palabra no puede hacer una página…No habría libro. Si la piedra dijese: una piedra no puede levantar una pared… No habría casa. Si la gota de agua dijese: una gota de agua no puede formar un río…No habría océano. Si el grano de trigo dijese: un grano no puede sembrar el campo…No habría cosecha. Si el hombre dijese: un gesto de amor no puede salvar a la humanidad…Nunca habría justicia, ni paz, ni dignidad, ni felicidad sobre la tierra de los hombres».
Hoy la lectura evangélica proclamada (Lc 3,10-18) nos ofrece caminos para la verdadera libertad y la perfecta alegría. La gente pregunta a Juan el Bautista qué tiene que hacer y él contesta que han de esforzarse en igualar y compartir. A la pregunta de los publicanos contesta: ponte en el lugar del otro y no exijas más de lo establecido. A los militares contesta que no empleen la fuerza para oprimir a los débiles. Cada uno de nosotros deberá concretar los pasos que debe dar y los presupuestos que debe cumplir. Es hora de aventar la parva (seleccionar y elegir) de reunir el trigo (ir a lo concreto y no andarse por las ramas), y quemar la paja (tirar por la borda lo que no vale o nos inmoviliza.
Manuel Pozo Oller